Elza Soares y un lado poco conocido de la música brasileña


Hace ya varias semanas que quería ponerme a escribir sobre Elza Soares, sin embargo, aquel momento coincidió con la muerte de Aretha Franklin y debí centrar mi atención a escuchar y leer para finalmente escribir sobre la diva Norteamericana. Elza está viva, y quienes la conozcan, probablemente les resulte extraño, pues normalmente, Elza ha sido más conocida por su vida privada que por su música; particularmente su amorío con el futbolista Garrincha en las décadas de los 60s y 70s. Quienes conozcan de la historia del fútbol estarán familiarizados con el nombre. Garrincha, campeón del mundo, llevó a Brasil a su segunda Copa Mundial en Chile 1962, luego de que la estrella Pelé no pudiese participar en la competencia debido a una lesión. Aparte de su fútbol, Garrincha destacaba por ser habilidoso a pesar de tener una pierna más corta que la otra y fuera de la cancha lo hizo por su vida desenfrenada. Garrincha dejó a su esposa y a sus 8 hijas para irse con la cantante, quien quedó en la luz pública como la mala de la película. La polémica relación de Elza y Garrincha duró 15 años e incluyó un hijo, la muerte de la madre de Elza en un accidente con su yerno al volante y un final en el que Elza dejó a Garrincha tras un episodio de violencia doméstica.

Garrincha moriría años después de cirrosis producto de su alcoholismo a la temprana edad de 49 años. Pero como cualquier feminista justamente me reclamaría, la vida de una artista talentosa no puede reducirse a su relación más famosa. La música de Elza resalta no solo por haber permanecido relevante para el escenario musical carioca por ya muchas décadas, sino particularmente por los giros que ha dado en los últimos 5 años. Tampoco podemos ignorar que la dura vida que ha llevado la cantante que ya suma 81 años debe haber influido en su sonido e identidad musical. Como un breve resumen déjenme decirles que la cantante se casó por primera vez a los 12 años, vivió mucho tiempo en la pobreza, fue producto de burla cuándo llegó al programa de radio donde se presentó por primera vez por llegar con un vestido de su madre con remiendos, fue perseguida políticamente y exiliada y ya ha tenido que sobreponerse a la muerte de su primer esposo y de tres de sus seis hijos.

Es probable que la mayoría (yo incluido) cuando pensemos de música brasileña se nos venga a la mente algo como:


o si no:


Y bueno, esa es precisamente como se nos ha promovido la música brasileña, o un melancólico bossa nova repleto de saudade o una fiesta en forma de samba. Y realmente, yo también me declararé ignorante de la música brasileña y nuevamente acotaré la advertencia del lío que es meterse a hablar de géneros entre puristas, pero mi idea de música brasileña es probablemente muy similar. Eso sí, estoy consciente de lo equivocado que debo estar y de la gran variedad y calidad musical que va más allá de música de elevador o tonos de celular noventero. Así que a pesar de haber llegado a Elza por sus más recientes lanzamientos, Mulher do fim do mundo de 2015 y Deus es mulher de este 2018, antes de hablar de ella decidí escuchar un poco de sus inicios. Desde que se estrenó a sus 15 años en el show de Ary Barroso y perfectamente ejemplificado en el disco A Bossa Negra de 1961, Soares destacó por su voz ronca que además incluía un toque garrasposo. Bossa Negra es un disco movidón, que si son amantes del cine los hará pensar en esas películas donde hay bailes de salón y Swing como las de Fred Astaire; hay romanticismo pero nada tan meloso como los tonos perfectos de Astrud Gilberto. Supongo que podríamos decir que hay más Soul.


Sin embargo, como dejé entrever hace unos párrafos, jamás hubiese llegado a la Elza de antaño (al menos que cursase por una etapa de enfocarme en la música de un país y en mi experiencia, experimentos parecidos no han logrado ser muy fructíferos), a no ser para poder comparar con el sonido de sus discos más recientes, que con Mulher do Fim do Mundo le llevaron a recibir una calificación de 8.4 y una etiqueta de Best New Music de la página Pitchfork, misma que normalmente no cubriría lanzamientos como este. Pero una vez que escuchen este disco (y déjenme decirle que hay que escucharlo más de una vez y con mente abierta) entenderán el porque del interés del portal y del despunte de la música de Elza a nivel internacional en los últimos años. Desde 2002 con Do Cóccix Até O Pesçoso, Elza se juntó con productores visionarios y de vanguardia que agregaron elementos modernos y externos como funk y hasta hip-hop a su clásico sonido brasileño. Esto es algo que artistas como Aretha Franklin llegaron a intentar pero con resultados olvidables en el mejor de los casos y hasta ridículos en otros, y que en el caso de Soares, el éxito es innegable.


Me enfocaré más en Mulher do Fim do Mundo, pues es el disco que más he escuchado desde que comenzó a levantar polvo por el internet hace ya tres años. Lo más resaltante del disco no es su espina dorsal construida a partir de música rock alternativa y hasta por qué no, experimental, sino el atrevimiento de Elza de someterse a un tratamiento que logra incorporar ambos mundos de forma orgánica. La contraparte al rock alternativo es la voz de Elza que abre el disco a capella con Coraçao do mar. Dicha voz esta lejos de ser agradable al oído en la forma que lo es Gilberto en Girl from Ipanema o la misma Elza de décadas antes. Ya tocando los 8 decenios, la voz de Elza Soares suena más a un Bob Dylan o Tom Waits viejos. Se nota la edad, se nota el sufrimiento y el desgaste y tanto la cantante como sus productores usan esto a su favor. No resulta extraño encontrarse comparaciones de este álbum con el Trout Mask Replica de Captain Beefheart, un disco dificilísimo que se entretiene de retar al oyente constantemente con sonidos que a primeras suenan improvisados, incoherentes y/o mal sincronizados. Ambos discos poseen auras que sencillamente son difíciles de replicar y que simplemente no funcionarían en manos de otras personas. Hay que aceptar algo, este es tanto un disco de Elza como de sus productores Guilherme Kastrup y Romulo Fróes quienes han elaborado un estilo llamado "samba sucia" que se puede encontrar en los discos con sus bandas Passo Torto y Metá Metá (El disco difícilmente funcionaría con otra cantante).

Quiero hablarles de momentos favoritos, pero canción tras canción es un ataque con texturas nuevas y sonidos novedosos. En particular resaltó el gargajo gutural que Elza utiliza en varias canciones, pero más prominentemente al final del tema que da nombre al álbum. Maria Da Vile Matilde es casi una tiradera en la que no necesitas entender portugués para sentir cada golpe, lo mismo con Luz Vermelha. Es difícil resaltar canciones porque cada una trae sonidos innovadores y la incorporación de una voz única de forma íntegra. En general el álbum no es fácil de dejar asentar de a primera, pero dandole el tiempo y la oportunidad necesaria estoy seguro que agradará a amantes de muy distintas estéticas, desde aquellos que gusten del noise rock (sino me creen tan solo escperen hasta el final del tema Solto) hasta aquellos que les agrade la tan nefasta etiqueta de World Music.


En sí, el disco es revelador en muchos sentidos, pero principalmente en la realización que el "ya está viejo", "ya dio lo que iba a dar", "no importa porque su legado ya quedó" no necesariamente debería de ser tomado de sentado en artistas y bandas que superan las 3, 4 o en el caso de Elza, ¡6 décadas de trayectoria! Muchos artistas gustan de su posición como leyendas y prefieren sentarse a descansar y esperar a la muerte "echados en sus laureles", pero no necesariamente debería de ser así. David Bowie lo demostró antes de morir con Blackstar, otro disco que comparte similitudes con Mulher do fim do mundo. La diferencia es que como demuestra su álbum de este año, Dios es mulher, a Elza todavía le queda que dar. A sus 81 años debe estar muy orgullosa de ser la embajadora musical de un país con una riquísima historia artística y cultural.

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